Educador: Alejandro León Avelar
La sana convivencia en el contexto escolar supone una revaloración de los alcances disciplinarios y de los procesos de socialización que intervienen en el contexto escolar y fuera de él. La disciplina se ha confundido tradicionalmente con el acatamiento de reglas y el sometimiento del estudiante a las indicaciones lineales del profesor, de esta forma alguien callado y obediente suele o solía ser considerado el obediente o disciplinado de la clase. Sin embargo habría que cuestionarse en la práctica si realmente este alumno dócil o pasivo es sinónimo de disciplina o si por el contrario, existen límites que pueden o no ser inculcados desde antes en la misma familia y la sociedad.
Muchos padres de familia se preguntan por qué los hijos hacen lo que quieren y en ese contexto de responsabilidades compartidas, lo más fácil es echarle la culpa a la institución educativa y a los docentes, sin contemplar que ellos los dejan hacer en el hogar, que no suele haber consecuencias de un mal comportamiento, suele haber una gratificación hacia las conductas de los hijos, se les da todo a cambio de nada y primordialmente no se les enseña la diferencia entre derechos, privilegios y responsabilidades, no sería sensato dejar toda la responsabilidad a la familia, pero sí es cierto que esta tiene un impacto considerable en la formación de los hijos.
Ante este panorama, pareciera normal la falta de control del docente sobre el grupo y el manejo de límites sean dos de los temas que más inquietan a los educadores. Se genera en el contexto áulico una cierta frustración primordialmente porque no existe un contrato de aprendizaje previo en el que alumnos y el docente se ponen de acuerdo sobre los compromisos a cumplir por ambas partes y cuál será el ambiente que favorecerá el desarrollo de las actividades, ni existe una preocupación hacia la formación integral de los estudiantes, en múltiples ocasiones se espera que el estudiante sea un receptor pasivo de informaciones cuando este ni siquiera tiene en claro cuál es el objetivo de la dinámica que está ejecutándose. Si estas situaciones descontextualizadas se plantearan en términos de una destreza grupal que se debe alcanzar y los estudiantes son involucrados en el proceso podríamos pensar en una disminución significativa en los casos de indisciplina y eventualmente, en que el docente podría canalizar mejor las energías en la resolución de conflictos específicos que se dieran en el interior del grupo o entre pares.
Hablar de indisciplina y convivencia nos conduce al segundo punto medular de esta síntesis, el fenómeno bullying que consiste en intimidar y ejercer conductas agresivas sobre otras personas (esencialmente los pares) para dañar física o mentalmente a fin de ganar dominio o control sobre la otra persona. El bullying se ha practicado desde tiempos remotos, aunque la terminología viene de los años 70 en EEUU. No es exclusivo de ninguna edad aunque se privilegia en los años escolares. Dentro de los perfiles de agresores o víctimas no hay distinción entre hombres y mujeres. Una característica de este fenómeno es el silencio que guardan tanto víctimas como observadores, quienes temen que la agresión pueda darse en contra de ellos si intervienen en el conflicto o denuncian.
Una buena pregunta es si el bullying opera sólo de manera física, a lo cual deberíamos extender a dominios como el psicológico pasando por lo verbal o inclusive el cyberbullying con la expansión de las nuevas tecnologías. El fenómeno bullying hoy por hoy es una realidad social que sólo puede ser combatido si se educa para aprender a crecer en sociedad, con tolerancia y respeto a la diversidad. Educar en el contexto actual es un desafío pero ante todo una oportunidad única para autoridades escolares y padres de familia, no se trata de fisionar esfuerzos y actuar por separado sino de unificar acciones. Como docentes nuestra labor tiene muchos alcances que van desde el manejo de la frustración y fortalecer la comprensión y el autocontrol, pero cualquier esfuerzo da mejores resultados si se incluye a la familia.
Es importante entonces que como docentes conozcamos los protocolos existentes en el Ministerio de Educación Pública para poder enfrentar los posibles casos de bullying y matonismo dentro de las aulas, los diversos niveles de intervención a saber: primaria, secundaria y terciaria, que llevarán implícitas acciones como informar y encargarse de cualquier suceso, diseñar estrategias y participar en la resolución de conflictos, fomentar el debate y la sensibilización entre el alumnado y la comunidad en general, además el docente debe incluir el tema del acoso como punto a tratar en reuniones, proponer técnicas y dedicarse a la supervisión y a la atención de víctimas.
Otro aspecto a tomar en cuenta para los docentes es el saber qué tipo de recomendaciones dar a los padres de familia, como el demostrar amor a pesar de desaprobar la conducta pasiva del hijo o de la hija, el buscar apoyo en autoridades y canalizar las conductas hacia actividades no agresivas. El docente debería hacer énfasis en dos puntos: la comunicación y la confianza, más que un sermón lo que necesitan los jóvenes es ser escuchados y contar con alguien en quien confiar, además se recomienda que los padres de familia estén atentos a:
1) Presencia de lesiones físicas, pérdida o rotura de pertenencias.
2) Cambios de humor repentinos inusuales.
3) Tristeza o síntomas de depresión.
4) Aislarse, no socializar de forma acostumbrada.
5) Descenso en el rendimiento escolar.
6) Miedo de asistir a clase o excusas para faltar.
7) Síntomas psicosomáticos (vómitos, dolores abdominales)
Los docentes por su parte deben identificar tanto a la víctima y el agresor. Si ya se ha detectado a la víctima se preguntará a los padres si el niño o joven presenta dificultad para conciliar el sueño, si presenta falta de apetito, desgano u apatía por las actividades que normalmente el estudiante realiza con regularidad. También se indagará si tiene, dolores en el estómago, el pecho, de cabeza, náuseas y vómitos, llanto constante, estos podrían ser indicadores reveladores de una conducta reincidente.
La observación del docente se vuelve entonces necesaria en tanto es imprescindible el monitoreo de sus estudiantes, en los recreos y otros momentos que pudieran prestarse para el acoso o amedrentamiento de los agresores hacia las víctimas. En las paredes de los baños, en los pupitres o en los cuadernos podría haber rasgos reveladores de violencia, como mensajes, amenazas o dibujos despectivos.
La idea es hablar con los compañeros de clase más cercanos de los estudiantes (acosador y víctima), los cuales pueden dar información valiosa, los testigos de la agresión suelen guardar silencio para que la agresión no se vuelva contra ellos y el docente debería partir de esa premisa, además se debe tener en claro que tanto el agresor como la victima sufren y por lo tanto necesitan ser atendidos y tratados con la ayuda de especialistas, las primeras instancias si la institución educativa cuenta con ellos son: orientadores y psicopedagogos con experiencia en el trato de casos similares.
Ante todo, debe primar un esfuerzo para la comunicación efectiva y el docente debe ser un mediador, no tomar partido por la víctima. Se debe propiciar el respeto y el trato cordial siempre en su grupo y entre compañeros. Los alumnos interiorizan las malas actitudes y son muy propensos a reproducir patrones vistos.
Consideremos en tercera instancia, la necesidad imperiosa de fomentar una visión ética e integral de sexualidad en la sociedad a partir de nuestro quehacer docente. La sexualidad se comprende en sus dimensiones, a saber: biológica, psicológica y dialógica.
Si como docentes pensamos en nuestra materia prima (los estudiantes) y la visión que muchas veces les venden los medios y hasta la publicidad sobre la sexualidad, es fácil comprender que para los adolescentes no hay tiempo para la toma de conciencia, además el hoy se trata de una época de desesperanza donde las oportunidades ya no son las que se predicaban antes, muy de la mano con lo que propone la postmodernidad, así entenderemos que la sexualidad es concebida meramente como el sexo o los momentos de coito.
Lo social, lo afectivo, lo relacional, el conocimiento del cuerpo y los sentimientos que pasan de la individualidad del yo a la comprensión de la segunda persona, para un entendimiento del “nosotros”, en todo este proceso prima el conocimiento de los cuerpos y la responsabilidad de los individuos.
Finalmente, no se deslindan entonces de la parte autónoma la racionalidad, la conciencia, la libertad y la responsabilidad dentro de la concepción de una sexualidad integral en el individuo. Es decir, no podríamos abordar la sexualidad si no se comprenden áreas como lo físico, lo cognitivo, lo emocional, lo social y hasta lo espiritual. Si no entendemos la sexualidad en todas sus dimensiones y se ayuda a que los estudiantes comprendan los valores estaremos promoviendo un sistema desarticulado, superficial y carente de humanismo, carente de sensibilidad y sensibilización en los individuos, no muy alejado de lo que ocurre con la disciplina o fenómenos como el matonismo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario